domingo, 25 de marzo de 2018

Inalcanzable



A tanta distancia como te alcance la vista, allí está el horizonte. A tanta altura como seas capaz de imaginarlo, allí está horizonte. Coinciden en algo, ambos son una línea imaginaria que separa en la distancia la realidad palpable del todo percibible.

He visto el horizonte tres veces en mi vida. Dos de ellas en alta mar, navegando en un buque de guerra. Sobre la cubierta de un portaviones, a unos 20 metros sobre el nivel del mar se puede ver una circunferencia perfecta a tu alrededor. Un plano azul intenso que marca su límite, a unas 7 millas y media, o sea, a unos 14 kilómetros, con otro azul degradado de menos a más intenso según alzas la vista hacia la cúpula celeste. Un espectáculo sólo superable por esa misma perspectiva en mitad de la noche. Se da la circunstancia de que los buques de guerra navegan en un régimen de oscuridad, es decir que salvo las luces que indican su posición a otros navíos en ruta, no emiten ninguna otra luz. Las zonas exteriores que precisan de alumbrado para el tránsito se iluminan con luces rojas de baja intensidad, una luz cuya frecuencia solo hacen visibles a penas un par de metros. Entonces, en plena noche despejada y sin luna se puede adivinar el horizonte entre el circulo marino y una cúpula celeste plagada de estrellas tintineando por doquier, por todas partes. Una visión insólita para pocos afortunados. Yo la escudriñé tumbado en una noche de verano sobre la cubierta de aquel barco navegando en mitad del Atlántico mientras en mis auriculares (arrastraba un aparatoso radio cassette siempre que me era posible y con mucho cuidado porque en los barcos de guerra está prohibido poner en marcha cualquier aparato que tenga un oscilador local, un circuito que emite una frecuencia que pudiera ser detectada por sistemas de contramedidas),  sonaba el «Journey to the Centre of theEarth» de Rick Wakeman. Una experiencia inolvidable, un grandioso espectáculo capaz de situar mi horizonte más allá de las estrellas.

En cualquier caso el horizonte es la representación geométrica de la utopia. Cuanto más quieras acercarte, más y más se alejará.

Hace días, muchos años después de aquellas experiencias casi mágicas, sonó el timbre de mi puerta. No podía imaginar que lo fuera a ver por tercera vez y que, contraviniendo toda lógica y fórmula, pudiera a llegar a verlo tan de cerca, incluso a palparlo. Abrí y allí estaba. Era ella, mi real horizonte. Lo imposible se había acercado hasta mí. La abracé como queriendo que jamás se alejara, pero todo horizonte cumple su máxima. Eso, de verdad, si que es inenarrable. Pero recordé una cosa: debo perseguir el horizonte.