lunes, 25 de noviembre de 2019

Mimos preventivos


¡Zas!, ¡ay! ¡¡Zas, plaf!!, ¡¡ay, ay, ay…!!; ¡chiss…, que te meto otra! ¡Tira para tu casa, exagerado, quejica… ja, ja, ja…!, reía en la puerta de su consulta aquel adusto médico, con los brazos en jarra falsificando el entallado de una larga bata blanca que acababa un poco más arriba de sus zapatones. Mientras, tras él, en la chimenea, ardían las muletas del falso tullido. Y así me imaginaba yo, de niño, la escena descrita en aquel famoso y breve poema de Bertolt Brecht. (https://aperezmorte.blogia.com/2005/071601-las-muletas-un-poema-de-bertolt-brecht-.php)
La lectura me hizo plantearme ya entonces que tenemos tendencia a agigantar nuestras dolencias porque cuando estamos enfermos demandamos la compasión de los demás y la condescendencia de los más próximos. Quien está  aquejado de un mal reclama un trato consentido que considera tan necesario como la medicina que aliviará su mal, ya sea una gripe o algo más complejo o crónico.
Llego a la conclusión de que, al margen de problemas laborales o de la angustia sobrevenida que produce una postración en personas con exceso de responsabilidades, caer enfermo (leve), en el entorno de un “sistema de bienestar”, supone la oportunidad de experimentar el mino que para muchas personas es algo exiliado de su relación cotidiana con otras. Por eso, quizá, el mimo y una moderada complacencia sea, además de la higiene (especialmente lavarse las manos bien, enjabonarse, frotar con minuciosidad durante 20 segundos o más, aclarar con detalle y secar con toallas limpias), la mejor forma de prevenir muchos males.
Pero con este pensamiento, inspirado en nuestro pequeño mundo, no quiero banalizar. Recordad el tormento de los que están privados de higiene y sanidad, como lo están los refugiados hacinados en dantescos campos. No olvidad a quienes con heroicidad soportan y luchan contra graves afecciones. Tened en cuenta a los que se ven marginados a causa de sus enfermedades. Y, por favor, tened paciencia con quienes han cronificado una dolencia. Me acuerdo de ese grupo porque yo mismo sé lo que es tener que soportar el tirón de un hernia lumbar que “te pellizca” el ciático, la dorsal que te corta la respiración o la cervical que te aplasta la cabeza. La vertebral no es una columna tan resistente.


Este texto participa en la convocatoria de noviembre de 2019 de @divagacionistas