viernes, 8 de septiembre de 2017

¡Messi es dios!



En tiempos de Julio César el pueblo se calmaba con panem et circenses, o sea, con pan y circo. Durante siglos los ciudadanos romanos se olvidaron de su pensamiento crítico a cambio de recibir trigo, panes y entretenimiento gratuito. De esta manera los gobernantes pudieron disfrutar a sus anchas de cuantas prerrogativas se les fueran antojando mientras que con una aparente generosidad, aunque realmente era exígua en cualquier caso, mantenían anestesiada la voluntad popular.

Diecinueve siglos más tarde, el filósofo (además de economista y periodista), Karl Marx, publicó un artículo en el que en su alemán natal dijo aquello tan famoso de die religion sie ist das opium des volkes, o sea,  “la religión es el opio de la gente”. Con esto Marx aludía a que la promesa de otra supuesta vida, la amenaza de un castigo eterno para el alma que atribuye a las personas y a que la fe en dioses y santos para remediar todos los males, es doctrina suficiente para aplacar la rebeldía inherente al descontento, a la desigualdad y a la pobreza.

Y si ponemos todo lo anterior junto en una hipotética coctelera, agitamos bien y servimos, ¿qué tenemos para hoy en día? ¡Efectivamente!: televisión y fútbol. Pero no el que se practica por doquier en colegios, barrios o pueblos, no. El fútbol que se ve por la tele, el de los grandes clubes, el de los jugadores millonarios eficaces vendedores de camisetas y todo tipo de productos, propios o ajenos.

El fútbol, con la inestimable ayuda de la televisión, ha tomado el relevo al circo romano y a la decimonónica religión para adormecer conciencias y levantar pasiones, exageradas pasiones. Se llega a comparar a cierto jugador con dios; se insulta, se injuria, se vilipendia sin piedad y, lo peor, se desata la violencia vergonzante. Incluso entre los niños, inocentes víctimas de la insensatez adulta, el fútbol alimenta sentimientos que producen estupor.

El fútbol y sus dislates (como cuando alguien celebra más la derrota o el infortunio de un equipo rival que la victoria del propio), nos deja en evidencia. Pero lo que es tóxico para unos, en ocasiones es un bálsamo para otros. Por ejemplo, la selección siria de fútbol tiene la posibilidad de clasificarse para la fase final del mundial de este “deporte” a celebrarse en Rusia el año próximo. La selección de un país devastado por la guerra que tiene que entrenar y jugar sus partidos a miles de kilómetros de distancia y, finalmente, si lo consigue, ir a jugar a un país hostil. Algo que hace de esos jugadores sirios unos auténticos héroes al demostrar una verdadera vocación deportiva y, lo más importante de todo, la voluntad de dar un respiro a sus compatriotas masacrados, olvidados, exiliados, desaparecidos, ahogados, torturados, acribillados…  La voluntad de dar un respiro a las víctimas de la guerra y del odio. Un respiro a base de vocación por el fútbol ¡Bravo por la selección de Siria!

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