martes, 10 de octubre de 2017

La decisión




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Hay momentos en la vida en los que hay que tomar una decisión, elegir una opción posible entre dos o más, condición sine qua non para poder decidir algo. Hay momentos en los que hay que elegir el camino, uno u otro, un trayecto con menor posibilidad de regreso cuanto más largo se haga. Muchas veces vemos claramente lo trascendental de una decisión y otras, sin embargo, nos parecen nimias, sin posibles consecuencias. Pero no siempre esas decisiones son tan propias como aparentan. Unas veces puede influir la presión de un grupo, otras el temor a contrariar a alguien influyente en nuestras vidas, incluso puede que, por respeto a quien nos parece ser la persona más importante de nuestra vida en un momento dado, asumamos como propia y sin rechistar una decisión que al pasar de los años podremos valorar como la más trascendental de todas cuantas hallamos tenido que tomar a lo largo de lo vivido. O puede que, en las peores circunstancias posibles (que haberlas haylas para desgracia de unos pocos), te veas obligado a elegir un única opción en contra de tu propia voluntad, circunstancias que sólo reconocen los desterrados, los marginados, los excluidos, los olvidados..., esos. 

Con los años descubres que esas aparentes decisiones, las obligadas, son, para más inri, motivo de un eterno reproche que poco quiere saber del dolor desgarrador que produjeron en quienes se vieron obligados a tomarlas.  Siempre habrá alguien que ni puede ni quiere concebir una triste realidad ajena. Una contingencia inesperada te puede cambiar la vida empujándote a hacer lo que menos deseas sin que puedas evitarlo en modo alguno, por mucho que te empeñes en ello. Un empeño ante la adversidad que se torna sufrimiento, angustia, amargura, impotencia, desesperación... y que también se convierte en una eterna incomprensión que descubrirás con el paso de los años. No es fácil admitir que si lo que otro hizo en un momento de su vida nos perjudicó de algún modo, aunque fuera algo obligado y sin opción, no lo hiciera sino en nuestra contra de forma intencionada. La vanidad enturbia la verdad, sobre todo cuando se trata de la nuestra frente a la del otro.

Vivir es una sucesión de decisiones e imposiciones y sólo una holgada perspectiva hace comprender la transcendencia de las que se van tomando. Conozco la historia de un muchacho que, inesperadamente, en un momento crucial de su vida en el que mantenía una feliz relación de pareja que pensaba definitiva y única, pudo ser padre. Entonces, quien era su pareja, tomó una decisión contraria. Se trataba de una muchacha muy joven, mucho más que él, acabando sus estudios universitarios y con un futuro profesional claramente perfilado. Quizá por su juventud, quizá por la presión familiar, puede que por sus miedos ante aquel horizonte incierto o puede que porque no sintiera un verdadero amor…, quién sabe, algo hizo que aquella muchacha decidiera no ser madre. A aquel muchacho no le quedó otra que asumir como propia la decisión de ella y, sin poner objeción alguna, vio esfumarse una repentina ilusión que, dicho sea de paso, le pudo cambiar la vida.

Conocí íntimamente a aquel chaval, hoy en vísperas de ser un jubilado más, que siempre fue persona pudorosa, con alto sentido de la justicia y la igualdad, con gran autoestima e incapaz de pedir favores por mucha falta que le hicieran. Pero en aquel momento, me llegó a confesar, se planteó renunciar a sus principios para afrontar aquella nueva situación que también le originó un lógico agobio y honda preocupación. De la noche a la mañana asumió que tendría que afrontar acontecimientos trascendentales con aquella pareja de la que estaba profundamente enamorado. Finalmente, frustrada aquella opción, aquel joven, empujado por sus circunstancias y en contra de su voluntad, se vio obligado a partir en busca de algún modo de ganarse la vida. Como siempre hizo, tampoco entonces pidió favores y, aunque pudo hacerlo, no recurrió a recomendaciones. Simplemente partió. Nunca pudo regresar ni quiso ser una rémora para quien consideraba la persona más importante de su vida y finalmente la perdió. Ella le olvidó y, en cierta medida, le abandonó a su suerte. El luchó muchos años contra la adversidad, en condiciones muy duras, lejos de su tierra, de su ciudad, de su familia alentado por la esperanza de poder regresar junto al gran amor de su vida. Se le hizo tarde, demasiado tarde.

Nunca se sabrá si aquella otra decisión pudiera haber propiciado una vida mejor, lo que si se puede afirmar es que hubiera sido una vida distinta, ni mejor ni peor, distinta sin duda.


Alguien dijo alguna vez aquello de «tú no eliges el camino, el camino te elige a ti». Basta con haber vivido lo suficiente como para echar un vistazo al pasado y reconocer la gran verdad de esta máxima y también la gran mentira que supone que todo aquello que hicimos o decidimos obedeció siempre a nuestra decidida y libre voluntad. No siempre querer fue poder.

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