martes, 22 de agosto de 2017

Despedida




Tan pronto como las lágrimas empezaron a escampar y aún con el sabor amargo que el llanto deja en la garganta, Job comenzó a escribir. Pensaba que de esta manera se libraría de una vez del gran peso que había venido soportando durante más de treinta años y que en el los últimos meses, muy a su pesar, había empezado a cobrar forma ante sus propios ojos. Hasta entonces todo era como una especie de mal sueño, una alucinación que, pensaba, nada tenía que ver con su deseada realidad. Pero la verdad es implacable y siempre termina por resplandecer despejando la densa niebla que oscurecen los recuerdos de algo sucedido mucho, mucho tiempo atrás.

Acababa de dar cerrojazo a su última esperanza y aunque había hecho lo correcto no dejaba de sentirse culpable, pero era lo mejor. Las circunstancias vividas años atrás le habían empujado a toda una serie de experiencias que nunca pudo imaginar. La renuncia ya era una constante en su vida y acababa de dar por perdida la última esperanza de recuperar algo, una mínima parte quizá, de lo que tanto dolor y tan alto sacrificio le costó perder cuando un torbellino de adversidades lo engulló sin piedad.

Sentado ante el ordenador, Job comenzó a pulsar el teclado para escribir las primeras palabras con las que pretendía desesperadamente descargar su congoja:

“Pues adiós. Vete, aléjate si es lo que quieres y vuelve al sitio al que perteneces. Vuelve al olvido, al nunca jamás, sal de una vez de mi memoria y de todos mis recuerdos, un lugar en el que sólo cabe aquello que merece el privilegio de vivir en mi el resto de mis días. Vete al olvido, donde yo mismo estaba y abandona mi historia en la que, al fin y al cabo, no mereces estar ¡Qué desgraciado hubiera sido si, como era mi propósito, te hubiera entregado mi vida! No es que no fuera posible, es que ahora mismo siento como si una fuerza oculta, misteriosa y benefactora me hubiera protegido dándome todos aquellos años de duro tormento que me alejaron de ti”.

Job escribía queriendo descargar el dolor almacenado en su alma, pero no lo hacía de una manera fluida, más bien de forma balbuceante porque sus pensamientos, como sus propias fuerzas, eran presas del dolor y de un llanto silencioso que atenazaba todos sus músculos. Job trataba de superar la pérdida. Hacía más de treinta años que se vio obligado a renunciar al gran amor de su vida, lo reencontró hacía poco menos de dos y ahora, después de cuanto había conocido, llegaba el momento de la despedida. Por fin el punto final a una historia que él jamás quiso cerrar del todo. La hora del adiós para siempre.

Ideas, recuerdos imágenes, frases, escritos, palabras y más palabras recorrían su mente saltando de un pensamiento a a otro sin poder fijar su atención en ninguno. Noches oscuras de abrumadora soledad, días de penoso trabajo físico, tiempos de soledad, de sacrificio y de aplastante pobreza recordando, añorando y soñando con que más temprano que tarde retomaría su vida, volvería al punto de partida, a su ciudad y con quien, hasta hacía unas horas, siempre había concebido como la única persona de cuantas mujeres conoció en su vida, merecedora de todo ese sacrificio.
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Job lo perdió todo y ahora, sentado ante el ordenador, en la penumbra de la habitación, sollozaba la muerte de su último rayo de esperanza. Estaba a punto de escribir sus últimas palabras.

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