martes, 22 de agosto de 2017

Crueldad


Quien hace daño a sabiendas y obtiene con ello un placer o una pequeña satisfacción ejerce la crueldad. Muchas veces puede que se inflija de una manera no demasiado consciente porque quien la ejerce sólo pretende preservar su orgullo, mantener su postura o hacer valer su juicio por errado que este sea.

No hablo de daño físico, de un castigo sanguinario, sino de la crueldad que solo se siente cuando alguien bien querido y apreciado actúa de forma contraria a lo que se espera produciendo con ello un malestar insoportable, un dolor que a la postre también nos está exigiendo que aguantemos estoicos, imperturbables, humildes y complacientes. Un dolor que se siente en el alma y de tan intenso llega a ser físico.

Hace ya más de un año busqué y encontré a una persona, una mujer, de la que un inesperado e indeseable destino me apartó. No huí, no desaparecí, ella sabía donde estaba e incluso estuvo allí, en el mismo lugar en el que esperaba encontrar alguna oportunidad para sobrevivir a un tiempo especialmente duro y complicado que en otros sitios, en mi propia ciudad, se me negaba. Allí me dejó y regresó a la ciudad para empezar una prometedora vida profesional que yo jamás me hubiera atrevido a perturbar.

Cuando por fin la reencontré, después de un delicado acercamiento a través de las redes sociales y de algún correo en el que lo primero que dejó claro es que después del tiempo transcurrido yo no era más que un desconocido del que no recordaba gran cosa, tuvimos una  primera entrevista telefónica. Tras el saludo, su primera frase fue para decir “yo no te quiero”, a lo que seguidamente añadió que “pero puedes decirme que me quieres”, eso es una crueldad.


Pocos días más tarde, después de intentar explicar infructuosa y torpemente lo pasado, el por qué de mi larga ausencia y mi propósito de preservar y compartir, si acaso era aceptado, una sincera amistad, abrió un blog. En su primera entrada relataba como fue seducida en cierta ocasión por un hombre al que recordaba con detalle. Relataba una experiencia erótica en la que el citado le explicaba cómo le haría el amor. Leer todo aquello fue tremendamente cruel. Hablaba de que la memoria era selectiva y eso le gustaba. Y yo, pobre idiota, mientras tanto me apenaba, ya no porque no me siguiera queriendo, cosa que ya preveía, sino porque una y otra vez repetía que me había borrado absolutamente de su memoria. Eso es crueldad. Muy dolorosa crueldad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario