Cuando veas flotar por el aire un globo de gas volando hacia
las nubes, arrastrado por el viento, una visión que no por usual deja de
sorprender y que posiblemente nos provoque una leve sonrisa, piensa que aquí
abajo, en algún lugar no lejano, justo en el punto de partida posiblemente la
etérea escapada haya dejado tras
de si el desconsolado llanto de un pequeño ser. Un llanto de amarga tristeza al
ver como se marcha el preciado globo que para esa pequeña criatura parece tener
voluntad propia.
A lo largo de la vida perdemos muchos globos, tantos que si
todos hubieran estado atados a una misma cuerda posiblemente podríamos haber
salido volando aferrados a ella. Cada uno de esos globos representan nuestros
sueños, pretensiones, objetivos e ilusiones de un momento que, como el frágil y
pequeño inflable del niño, se nos escapan, echan a volar fuera de nuestro
control, pasan a ser de repente inalcanzables por mucho que estiremos la mano
intentando atrapar el cordel que nos unía a ellos y finalmente, en medio de nuestra
desesperanza, se pierden lentamente de vista dejándonos heridos de nostalgia.
Cada vez que eso ocurre nada hay más importante
que pueda rivalizar con el drama de la pérdida. Para el niño que ve escapar su
globo no puede haber mayor tragedia y su llanto así lo proclama. El problema, nuestro problema, el globo
que involuntariamente se nos marcha nos deja invadidos por la tristeza, por el
desánimo y la desesperanza. Nada puede haber más importante. Sin embargo, quienes
son testigos de la pérdida y lo ven flotar en el aire no le darán nunca tanta
importancia, sólo miran algo que flota e incluso, por un momento, les divierte el
espectáculo.
Nadie como nosotros mismos puede valorar lo que perdemos. La
percepción subjetiva no solo tiene en consideración al globo, sino todo lo que
significa. El globo se marcha y con él una parte de nosotros mismos, un trozo
de nuestras esperanzas. Siempre quedará el recuerdo, incluso la enseñanza de
por qué dejamos escapar algo tan sutil, tan frágil y a la vez tan preciado y, a
pesar de ello, nos volverá a ocurrir alguna vez más, o quizá no.
Unos deciden no volver a sujetar más globos y optan por
poner un punto final a cualquier nuevo propósito. Ver como se perdió su globo
fue tan doloroso que piensan que su capacidad de aguante no soportaría volver a sufrir otra pérdida. Otros, por el contrario,
se apresurarán a sustituir el globo perdido por uno nuevo a ser posible más
grande, más colorido, más radiante. Sólo el iluso perseguirá su globo y aunque
fuera testigo de cómo se perdía entre las nubes recorrerá imposibles caminos con
tal de intentar recuperarlo y, quien sabe, quizá lo encuentre. Nada es
imposible.
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