miércoles, 23 de agosto de 2017

Un globo




Cuando veas flotar por el aire un globo de gas volando hacia las nubes, arrastrado por el viento, una visión que no por usual deja de sorprender y que posiblemente nos provoque una leve sonrisa, piensa que aquí abajo, en algún lugar no lejano, justo en el punto de partida posiblemente la etérea escapada haya dejado tras de si el desconsolado llanto de un pequeño ser. Un llanto de amarga tristeza al ver como se marcha el preciado globo que para esa pequeña criatura parece tener voluntad propia.

A lo largo de la vida perdemos muchos globos, tantos que si todos hubieran estado atados a una misma cuerda posiblemente podríamos haber salido volando aferrados a ella. Cada uno de esos globos representan nuestros sueños, pretensiones, objetivos e ilusiones de un momento que, como el frágil y pequeño inflable del niño, se nos escapan, echan a volar fuera de nuestro control, pasan a ser de repente inalcanzables por mucho que estiremos la mano intentando atrapar el cordel que nos unía a ellos y finalmente, en medio de nuestra desesperanza, se pierden lentamente de vista dejándonos heridos de nostalgia.

Cada vez que eso ocurre nada hay más importante que pueda rivalizar con el drama de la pérdida. Para el niño que ve escapar su globo no puede haber mayor tragedia y su llanto así lo proclama.  El problema, nuestro problema, el globo que involuntariamente se nos marcha nos deja invadidos por la tristeza, por el desánimo y la desesperanza. Nada puede haber más importante. Sin embargo, quienes son testigos de la pérdida y lo ven flotar en el aire no le darán nunca tanta importancia, sólo miran algo que flota e incluso, por un momento, les divierte el espectáculo.

Nadie como nosotros mismos puede valorar lo que perdemos. La percepción subjetiva no solo tiene en consideración al globo, sino todo lo que significa. El globo se marcha y con él una parte de nosotros mismos, un trozo de nuestras esperanzas. Siempre quedará el recuerdo, incluso la enseñanza de por qué dejamos escapar algo tan sutil, tan frágil y a la vez tan preciado y, a pesar de ello, nos volverá a ocurrir alguna vez más, o quizá no.


Unos deciden no volver a sujetar más globos y optan por poner un punto final a cualquier nuevo propósito. Ver como se perdió su globo fue tan doloroso que piensan que su capacidad de aguante no soportaría volver a sufrir otra pérdida. Otros, por el contrario, se apresurarán a sustituir el globo perdido por uno nuevo a ser posible más grande, más colorido, más radiante. Sólo el iluso perseguirá su globo y aunque fuera testigo de cómo se perdía entre las nubes recorrerá imposibles caminos con tal de intentar recuperarlo y, quien sabe, quizá lo encuentre. Nada es imposible.

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