jueves, 24 de agosto de 2017

Cuestión de vida o muerte



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Sí, sí, ya sé que citarla en una frase a muchos les da aprensión (a mi el primero), pero ni nadie nos pidió permiso para nacer ni nadie podrá impedir la llegada del final. Particularmente prefiero vivir sin obsesiones, sin excesiva melancolía y disfrutando de lo que haya, a veces mucho, otras no tanto y más bien poco o casi nada, pero disfrutándolo con alegría, de buen humor y mejor con la ilusión de algún nuevo objetivo que perseguir.

Mi madre, persona vitalista donde las hubiera, mujer avanzada a sus tiempos y que siempre derrochó energía con una simpatía arrolladora allá por donde pasara, cada vez que tuvo ocasión proclamó su deseo de que en su funeral, además de “nada de rezos ni misas ni zarandajas religiosas”, no hubiera flores “que al día siguiente estarán ya pochas. Quien quiera regalarme flores que lo haga ahora, cuando estoy viva, y si son macetas mejor, prefiero a las plantas vivas”, decía. Y, obviamente, llegada la hora, cumplimos todas sus voluntades.

Pensar en la muerte, lo que tanto nos asusta de niños, nos parece casi inverosímil en la adolescencia y nos preocupa en la madurez, no es malo con tal de no obsesionarse. Más que a la muerte creo que le tenemos miedo al sufrimiento, al dolor, a la enfermedad o al deterioro que, en el mejor de los casos por cuanto apareja una generosa longevidad, la antecede. Pero la muerte no es, salvo abrupto suceso que la precipite, más que un hecho biológico que cierra nuestro propio ciclo vital, eso que los científicos definen como la imposibilidad orgánica de sostener el proceso homeostático.

Mi relación  profesional con el mundo de la Publicidad me hizo poner atención en un anuncio reciente de los que salen en la tele. En él, el anunciante parece querer evitar expresiones como morir o muerte, palabras que ponen nervioso al personal, pero recuerda lo inevitable y sus consecuencias para los que dejamos atrás. La muerte tiene sus responsabilidades que, en cierta medida, influyen en que quienes nos suceden puedan afrontar la pérdida sin más angustias que las que el propio duelo les pueda provocar.

Pero a lo largo de la vida somos testigos, quizá víctimas, de otras muertes o, por decirlo más suavemente, de otras pérdidas. A veces, consecuencia de exageraciones, suspicacias o falta de entendimiento, llega a producirse la pérdida de una relación estrecha y grata con alguien que de verdad queremos. Esa pérdida nos conduce a un estado de duelo tan desgarrador o más aún que el de la propia muerte puesto que la segunda es irreparable y la primera, al no serlo, nos angustia con la remota esperanza de encontrar la manera de volver a ser aceptados.


Si alguna circunstancia, como por ejemplo una enfermedad o una intervención quirúrgica complicada en ciernes, nos hace presagiar la posibilidad de nuestra propia muerte, por remota que sea, entonces nos parece apremiante resolver asuntos, despejar penas y pesares, contactar con quienes siempre tuvimos en el corazón a pesar de años de silencio y distancia y, desde luego, revelar sinceramente toda nuestra verdad. Es cuestión de vida o muerte.

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